Del cubículo al coworking: ¿cómo hemos llegado aquí?
Si hace una década alguien nos hubiese dicho que trabajaríamos desde casa tres días a la semana, conectados por videollamadas mientras tomamos un café con leche de avena en nuestro coworking de barrio, probablemente habríamos levantado una ceja. La pandemia no inventó el trabajo híbrido, pero sin duda lo aceleró. Y con ese cambio, no solo se transformaron nuestras agendas, sino también el lugar que ocupamos mientras trabajamos: nuestros espacios.
Hoy, el diseño de espacios flexibles no es solo una moda, es una necesidad. Las empresas ya no se contentan con colocar escritorios en fila y máquinas de café en la esquina. Buscan entornos funcionales, adaptables, y que, sobre todo, fomenten la creatividad y el bienestar. Porque, al final, ¿quién quiere volver a una oficina gris tras haber probado la libertad del escritorio dinámico y los días en zapatillas?
Trabajo híbrido: ni aquí ni allá, sino en los dos lados
El modelo híbrido –esa combinación de trabajo presencial y remoto– no es una solución transitoria, sino un nuevo estándar. Según un estudio del World Economic Forum, más del 70% de las empresas europeas planean mantener esquemas híbridos a largo plazo. Pero este modelo abre la puerta a una gran pregunta: ¿cómo diseñamos espacios laborales que funcionen para realidades tan diversas?
Porque una cosa es trabajar desde casa con total autonomía, y otra muy distinta es compartir una oficina dos veces por semana con compañeros que no ves desde hace meses. El espacio debe reflejar esta tensión: debe ser tanto un punto de encuentro como un lugar tranquilo, tanto un centro de colaboración como un refugio de concentración.
Y aquí es donde entra en juego el diseño flexible.
Morfología del espacio flexible: del hot desk al hub social
Las oficinas del futuro –que ya son del presente– huyen de los esquemas fijos. El concepto de hot desk (puestos sin asignar) ha ganado protagonismo: llegas, eliges tu sitio y te conectas. Sin propiedad, sin papeles, sin plantas personales, pero con mucha funcionalidad.
Además, crece la presencia de zonas de colaboración informales: sofás modulares, rincones con pizarras, cabinas acústicas y hasta salas que se transforman según la necesidad del día. Como si fuera Tetris, pero con muebles y personas.
El objetivo es claro: ofrecer un entorno que responda a distintos modos de trabajar. Por ejemplo:
- Módulos para concentración: pequeños espacios cerrados, lejos del ruido, perfectos para tareas de foco.
- Zonas colaborativas: mesas grandes, luz natural y herramientas visuales para fomentar la co-creación.
- Áreas de descanso: porque descansar no es una pérdida de tiempo, sino una parte esencial de la productividad.
- Espacios híbridos: con tecnología pensada para conectar equipos presenciales y remotos de forma fluida.
¿Y qué dicen los diseñadores?
Estudios como Norman Foster Foundation o Studio Banana, desde Madrid, han comenzado a replantearse activamente la oficina tradicional. Sus propuestas mezclan ergonomía, bienestar y sostenibilidad, apostando por materiales reciclables, luz natural y diseños biofílicos (sí, plantas, muchas plantas).
El diseño centrado en el usuario ha ganado peso. ¿Quién usará este espacio? ¿Qué tipo de tareas realizará? ¿Cómo se moverá por el lugar? Todas estas preguntas se han vuelto clave en el proceso de concepción. No basta con pensar en metros cuadrados; hay que pensar en experiencia, emoción y cultura corporativa.
El rol de la tecnología en la oficina post-pandemia
El espacio físico ya no se entiende sin su contraparte digital. Desde sistemas de gestión de puestos (sí, esas apps que te dicen dónde puedes sentarte) hasta pantallas que conectan automáticamente a quienes están en remoto.
Entramos así en la era del smart office: sensores que regulan la luz y la temperatura según la presencia de empleados, herramientas para reservar salas al instante y hasta algoritmos que analizan el uso del espacio para ajustarlo a las verdaderas necesidades. Si los espacios hablan, la tecnología es quien los traduce.
Es un cambio de paradigma tan radical como silencioso. Como bien dijo un ingeniero de una gran multinacional tecnológica: “Hoy en día, optimizar una oficina es tan técnico como gestionar un servidor.”
La sostenibilidad también se sienta a la mesa
No podemos hablar de diseño del trabajo sin mencionar la sostenibilidad. En un contexto de emergencia climática, repensar los espacios también implica reducir su huella ecológica. ¿Cómo? A través de múltiples vectores:
- Arquitectura circular: reutilización de materiales, mínima intervención estructural y flexibilidad a largo plazo.
- Movilidad verde: oficinas cerca del transporte público o con servicio de bicicletas compartidas.
- Consumo eficiente: sensores de iluminación, climatización inteligente y reducción de residuos.
- Materiales saludables: pinturas libres de tóxicos, mobiliario reciclado, textiles de bajo impacto.
Algunas compañías ya han comenzado a publicar el « pasaporte ecológico » de sus oficinas: un resumen transparente y medible de cómo su espacio contribuye –o no– al cuidado del planeta.
Del control al cuidado: una nueva narrativa laboral
Durante décadas, trabajar implicaba ‘estar controlado’. Fichar, cumplir horarios, ocupar un lugar específico. Pero el trabajo híbrido y los espacios flexibles han invertido la lógica: ahora se trata de cuidar. Cuidar el tiempo del trabajador, su salud mental, su equilibrio entre vida personal y laboral.
Esto ha obligado a los líderes a repensar su estilo de gestión. Ya no basta con supervisar tareas: hay que generar confianza, crear cultura, facilitar conversaciones. Y los espacios –atentos a esto– son aliados activos en ese proceso. Una sala bien diseñada es una herramienta de liderazgo, no un simple contenedor de empleados.
Por eso, cada vez más empresas incluyen a sus equipos en el diseño del espacio. Preguntan, co-crean, ajustan. Porque si el trabajo cambia, el entorno debe cambiar con él… y para él.
No hay una única forma de trabajar bien
Lo más interesante de este momento es que no existe un modelo universal. Lo que funciona para una startup creativa en el centro de Bilbao quizá no funcione para una consultora legal en las afueras de Sevilla. Cada empresa –incluso cada equipo– debe encontrar su propio equilibrio entre lo presencial y lo remoto, entre lo fijo y lo móvil, entre lo estructurado y lo espontáneo.
El espacio de trabajo se ha vuelto un espejo de la cultura corporativa. Y como todo espejo, refleja tanto lo que somos como lo que pretendemos ser.
Así que la pregunta no es únicamente cómo diseñamos oficinas más eficientes. La pregunta es: ¿qué clase de relaciones queremos que ocurran dentro de ellas?
Una oportunidad para redibujar lo que entendemos por trabajo
Lo que parecía un simple ajuste de calendario –hacer home office algunos días– se ha convertido en una revolución silenciosa. Estamos reformulando hábitos, jerarquías y hasta nuestras propias expectativas sobre el trabajo.
Y en ese cambio, el espacio importa. Mucho. Como dijo alguna vez el arquitecto Winston Churchill (con algo de licencia poética): “Primero damos forma a nuestros edificios, pero luego ellos nos dan forma a nosotros.”
Hoy, más que nunca, diseñar un lugar de trabajo no consiste en poner mesas. Es diseñar confianza, colaboración e incluso identidad.
Y tú, ¿cómo es el espacio donde trabajas? ¿Refleja tu forma de vivir el trabajo? Si la respuesta es incierta, quizás sea momento de mover alguna que otra silla… o idea.